CARTA AL VIENTO
Prohibido escupir en el suelo
Los coches de hora, aquellas guaguas amarillas que hace más de cincuenta
años recorrían nuestra isla, tenían en
el interior unos cartelitos para advertir de algunas cosas importantes a los
viajeros. Muy cerca del volante y el
freno de manos uno de los letreros indicaba “Prohibido hablar con el
conductor”. En otro lugar se advertía, bajo multa de cinco pesetas a los
infractores: “Consérvese los billetes”.
Y en un lugar privilegiado se leía “asiento reservado
para caballeros mutilados”. Pero a mí el
aviso que más me llamaba la atención era uno que se podía leer en dos o tres lugares distintos del “coche de
hora”: “Prohibido escupir en el suelo”. Yo pensaba: ¿Pero de verdad hace falta
prohibir algo tan ilógico y de tan mal gusto como escupir en el suelo de una
guagua? Mi padre, que era chófer de aquellas guaguas de la compañía AICASA, me
afirmaba que sí. Y eso, a pesar de la prohibición.
Hace poco, cuando me dirigía al
trabajo en coche, iba escuchando la radio, la emisora que me salió al azar.
El presentador empezó a decir cosas de
mucho interés para nosotros los que vivimos en Canarias. Asuntos sobre el agua,
los pinares, los incendios, la situación de los ayuntamientos, la
economía, la religión, la Iglesia…
Además hablaba con corrección gramatical
y se veía que en algunos temas tenía los
conceptos claros. Pero qué pena. Todo lo decía con insultos a los políticos, a
todos. Con tacos de mal gusto, con lenguaje sencillamente grosero. Yo lo empecé a escuchar con interés y él seguía diciendo verdades
acompañadas de palabras ofensivas a la
policía local, a comerciantes y a todo el que se ponía en su camino. Al poco
rato sentí como, si más que hablar, aquel hombre estuviera escupiendo a la gente.
Escupiéndome. Y escupir a alguien es el peor de los insultos que se puede hacer. Y usar palabras de mal gusto, lo
siento amigo locutor, te estaba quitando la razón. Lo razonable se puede y se
debe defender con educación. El oyente se siente tan ofendido como la persona a
la que intentas ofender.
No hagas caso, por favor, a quienes te animan a hablar
así. Quienes aplauden tu estilo lo que
buscan en ti es un circo, un espectáculo
que nada tiene que ver con lo que defiendes ni con tus nobles ideales de
justicia y de fraternidad. El mundo no se arregla con prohibiciones. Pero con
insultos mucho menos. Es muy bueno que tu programa de radio, como otros que
también intentan construir una sociedad
más justa, denuncie las incompetencias, y los intereses y los chanchullos de
las personas que fueron elegidas para servir.
Pero hazlo sin chabacanerías. No hagas daño con tus palabras lo mismo
que ellos hacen daño con sus hechos. No permitas que tu vocabulario te
desautorice.
Yo, que soy creyente como tú, me siento ofendido cuando alguien, en vez
de hacer una crítica sana y necesaria a la Iglesia a la que todo el mundo tiene
derecho, recurre al insulto o la blasfemia. Pero también me ofende que alguien, para criticar a un partido o una
decisión política, se ampare en la descalificación generalizada o en un
vocabulario soez. Y conste que, afortunadamente, la mayoría de los programas de
radio y de televisión no caen en esta trampa. Y tú tienes demasiado talento
como para tener que criticar escupiendo. No debe ser ningún consuelo para ti,
pero hay otros que utilizan la misma forma de hablar que tú, pero no en un
medio de comunicación. Los he escuchado en algún bar y en algunas
manifestaciones. Hablar así no es señal de valentía sino todo lo contrario.
En un bar de Andalucía leí hace años un cartel que decía: “Se prohíbe
blasfemar”. Yo, en tu emisora, pondría este otro: “Prohibido escupir en el
suelo”. Y sobre las personas, no te digo.
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