Escribe Paco Mira:
¡TRES EN UNO. UFF
¡TRES EN UNO. UFF
¡Un poco complicado!
Nada más mencionar lo de tres en uno, todo el mundo ya sabe a lo
que nos atenemos. Un problema atascado, un poco de tres en uno y se soluciona
el mismo. ¡De cuantos problemas nos ha sacado el desatascador! Pero es verdad
que no es duradero, y de vez en cuando hay que volver a aplicarlo. Pero esa es
la historia.
Recuerdo que un niño una vez me
preguntó, “Paco, ¿qué es eso de la Trinidad”. Sobre la marcha se me
ocurrió decirle que era un Misterio. No mentía, pero probablemente no
solucionara la duda del niño, y recurrí a lo más fácil: ¿Tienes un papá,
verdad? Sí; ¿a qué se dedica?, trabaja en un banco; ¿tiene alguna afición? Sí,
hace natación. Le dije yo, ah, ¿tienes tres papás? No, Paco, uno solo, con un
tono de extrañeza por mi ignorancia. Le dije eso es como la Trinidad: tres en
uno, pero no distintos, el mismo.
Eso es lo que celebramos este domingo.
Por ello me gustaría compartir el modo de proceder de Dios en el mundo de hoy.
Nuestro Dios, no es un Dios lejano que se queda impasible ante el dolor y el
sufrimiento de cientos de miles de sus hijos. Probablemente muchos se
preguntarán ¿dónde estaba Dios cuando la muerte tocó en la puerta de Londres o
de Paris? Pues seguro que no estaba con quien habla por medio del silbido de
las balas o de las bombas.
Probablemente nosotros estamos viviendo
la globalización de la indiferencia, la anestesia que produce la civilización
del espectáculo y la impotencia que sentimos ante los mercaderes de la muerte,
que incluso nos quitan hasta las ganas de implicarnos en causas justas. Me
gustaría que fuésemos capaces de mirar con la mirada de Dios, capaces de mirar
a nuestro alrededor para ser capaces de implicarnos.
El resultado de esa mirada es la llamada a la redención del género humano. Dios nos ama tanto que abandonando su condición divina, hace que su Hijo, asuma la condición humana y se haga solidario con nuestra historia: aquel Dios lejano del Antiguo Testamento, inaccesible, se hace carne, camino, verdad y vida, ya que Dios no envía su hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo.
El resultado de esa mirada es la llamada a la redención del género humano. Dios nos ama tanto que abandonando su condición divina, hace que su Hijo, asuma la condición humana y se haga solidario con nuestra historia: aquel Dios lejano del Antiguo Testamento, inaccesible, se hace carne, camino, verdad y vida, ya que Dios no envía su hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo.
Cuando la gente pregunta, ante la
barbarie, donde está Dios, habrá que responder que estaba sufriendo con las
víctimas, llorando con las viudas y con los huérfanos, naufragando en las
pateras con los inmigrantes, haciendo jirones en la piel cuando saltan las
vallas que separan los pueblos hermanos, pasando hambre y frio con los habitantes de la calle, cargando piedras para
construir puentes de reconciliación.
Nosotros podemos echarle una mano a
Dios. Nuestras voces pueden ser un susurro en medio del atronador ruido de las
balas y de los cuchillos. Por ello muchos susurros puede convertirse en una
auténtica coral que acalle fusiles y levante la voz para cantar a la vida, a la justicia, a la paz, a
la reconciliación y al amor.
Es la hora de levantar nuestra voz y
juntar nuestras manos para ayudar a Dios a hacer la redención del género
humano. Es la hora de la unidad, siguiendo el ejemplo de la comunidad
trinitaria, aportemos lo mejor de cada uno de nosotros a la tarea de
reconstruir el mundo. No fijemos nuestra mirada en lo que nos separa, sino en
lo que nos une.
Echar una mano a Dios implica ser
capaces de dejar nuestro lugar de confort para lanzarnos a la búsqueda creativa
de alternativas de convivencia que hagan posible otra forma de vivir en el
mundo.
Probablemente el niño que me preguntó
no entienda mucho lo que acabo de escribir, pero seguro que sus padres sí. Por
ello eduquemos desde la infancia al susurro de la unidad en la diversidad. La
Trinidad es la que nos tiene que servir de unidad en la consecución de los
logros que nos proponemos. Por ello nos debemos invitar a por lo menos
intentarlo.
Hasta la próxima.
Paco Mira
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